El Mat

En el día del solsticio de verano,

las gentes de Molinos entregaron a la tierra

la memoria de la casa.

La vida se fecundo.
Oasis Culturales
El oasis está rodeado por arena, por agua, por el gentío anónimo. Es espacio y es grupo.
El oasis cultural adquiere sentido en la pasión que algunos muestran al resistir, conservar y defender la vida, la libertad y el conocimiento.
La interacción de este grupo con el artista crea «lo simpatía en el seno de los diferencias de lo armonía abigarrada de los imd genes… y de esta manera habremos aprendido o esperar, presentir un sentido, cuyo nombre es tan helio como impronunciable y cuya imposible representación se encarno en codo hombre existente». (D. Ponneau, director de la Ecole du Louvre en París).
Se trata de un lugar sagrado del que puede y debe venir la regeneración del hombre como creador y actor de la civilización.Oasis culturales hay en todas partes. Antoine de Bary ha localizado varios:
– en el sur, en Mali, Bamako, que se organizan en torno a una cooperativa cultural de artistas y de intelectuales, de escuelas, de artesanos.
– en el norte, en Quebec, Saint Hilaire de Dorset en el seno de l’Ecomouse del Haute Beauce.
– también en el Norte, en España, Molinos un ejemplo para todos los que creen en un desarrollo local con una base cultural .
Estos oasis se pondrán en movimiento como engranajes.
Para iniciar dicho movimiento Antoine de Bary planta un mát en cada oasis y propone manifestaciones comunes.
Hugues de Varine
Acto y Signo
Marcar el centro de un oasis cultural por medio de un Mât que analice el espacio corresponde a la delegación que el grupo otorga al artista. Este actúa como revelador de ese encargo no expreso, no registrado, no dirigido, aunque deseado.

Es un acto

El Mât es un signo: al igual que el campanario, el minarete, el obelisco, atrae el ojo y la mente hacía lo alto, hacia lo espiritual.

«… Por lo que respecta a esta cuestión, podemos hacer referencia a la imagen según la cual las diferentes vías tradicionales son como los radios de un círculo que se unen en un solo punto: en la medida en que los radios se aproximan al centro, éstos se aproximan los unos a los otros; sin embargo, jamás coinciden, salvo en el centro, donde dejan de ser radios.
Evidentemente, esta orientación de las vías no impide que el intelecto se sitúe, por anticipación intuitiva, en el centro en el que convergen todas las vías» (Titus Burckhardt, Introduction aux doctrines ésotériques de l’Islam).
Esta cita explica el papel que debe desempeñar el Mât que ya he plantado tres veces y que quiero volver a plantar en lugares distintos com son Africa Occidental, Francia, Alemania, Palestina y China.
El Mât marca el centro de un espacio cultural: el oasis. Este centro traduce el sentido de un proceso que reconoce y defiende ideas tan variadas como la historia, la ecología, el intercambio, la paz, el amor, de cara al presente. Representa para el fururo un punto de referencia similar al que todas las civilizaciones han conocido: el totem, el menhir, el túmulo…
El Mât es signo interior o exterior. Indica la intención del grupo, por su forma y por la materia que lo compone.
El Mât es un centro del que salen los radios (las obras de los artistas que han participado o que van a participar en la delimitación de ese espacio significador).
Antoine de Bary
Tiempo del Mât de Molinos
A comienzos del verano de 1994 familias de Molinos y gentes venidas de Europa, Africa y América, depositaron un objeto en un pozo en el centro de la Plaza Mayor de Molinos que contiene el testimonio del pueblo para las generaciones futuras.
En el invierno los jóvenes de la Escuela-Taller de Molinos realizaron las cajas en marquetería mudéjar de los libros que contienen las obras de arte realizadas por los artesanos y artistas de Molinos.
En los primeros días de primavera del siguiente año, el Mât se levanto por albañiles, canteros y herrero de Molinos y pueblos de alrededor, y por un artista francés.
Libros de Artesanos y Artistas
«El Mât» — Antoine de Bary

Las piedras han sido talladas por Julio Orten, el hierro ha sido forjado por Miguel Gracia, la construcción fue realizada bajo la dirección de Antonio Andreu por los alumnos de albañilería
de la Escuela Taller de Molinos: Victor Mas, Mª Cristina Sanz, Mª Celestina Ferrer, Monserrat Monsalve, Alejandro Latorre, José Javier Gras, José Joaquín Orta, Jesús Burriel y Juan García, siendo el director de la Escuela Gerardo Marmol, y Juan Ramón Armengod el maestro infatigable. La plaza fue restaurada por los arquitectos Luis Angel Moreno y Fernando Murria, siendo ejecutada por los albañiles y canteros Félix Daroca, Antonio Trullen, Alfonso Murillo y Carmelo.

El pozo del Mât y su sellado fue realizado por Emiliano Huesa y Francisco Farnos.
«Molinos, Trazas y Palabras» — Mateo Andrés

La fuerza de un pueblo está en la palabra, ceder lo que se sabe, entregar lo que se hace, dar vida a la vida cada día.

Las estancias quietas, las primeras voces de la calle, el frescor de la mañana, barruntar la lluvia, el ganado encerrado, la balsa llena y la tierra fértil, las sábanas limpias, los zagales a la escuela, todos a la faena al comenzar la jornada, levantar casas, cortar leña, hacer caminos, tener el taller con encargos, alimenticias la conserva y las pastas, un vaso de vino y un trago de agua, la plaza para encontrar un vecino y contarle la lenta urgencia, la espera y el cuidado en la consulta, el
trajín de las mercancías y el sonar de los teléfonos, olorosas las plantas, una ermita para llenar de flores, la risa alegre entre ocurrencias, dichos y motes de familia, la campana tañe las horas inconclusas. Cosas de una mañana que irán definiendo el día hasta ese momento en que se siente el calor de la puerta al llegar y los ruidos quedos y grillos entre los muros de la noche.
Sitios, aguas, nombres. Val de Puertas, la Manzanera, la Mezquita, Villarroya, la Garrocha, la Viñuela, la Hoya de Valderrigüel, la Fuente el Salz, la Cueva de las Graderas, el Barranco Azcón, la Venta el Cuerno, la Masada Calores, el Pozo el Salto, el Encinar, el Fontanal, el Azud, el Guadalopillo, el Curadero, la Balsa la Huerta, Santa Bárbara, la Loma el Roblar, la Escarigüela, el Picuezo, la Cerrada, la Solana, el Henchidero, el Barrio Fuentes, la Calle la Morera, la Replaceta, la Abadía, la Plaza Mayor, la Casa la Villa, el Mát, la Iglesia Mayor, la Torre, el Jardín del Pueyo, la Muralla, la Posada del Maestrazgo, el Barranco, la Peña el Castillo, la Ennita de Santa Lucía, el Albergue del Parque Cultural, la Guiteria, el Peirón de Val de Ejulve. Benigna, Manuela, Soledad, Ramira, Saturnino, Justo, Joaquín, Germinal, niños, mujeres, hombres. Calzadas, ribazos, bancales, partidas, riegos, almacenes, tiendas, cafés, aulas, corrales, minas de
arena y de carbón, molinos de aceite, papel y harina, lavaderos, arcos, ladrillos, maderas, adobes, máquinas, piedras bien plantadas. Cascos del tiempo, palabras enseñadas, quebrada la tierra, cubiertos los árboles, pájaros en el espacio.
Las raíces. Cosmos, mares, conchas petrificadas, fracturas del aire y del agua, diente de oso que milenios después un hombre encontrará, pobladores de cuevas, hacedores del hierro y taladores de bosques, albañiles de villas romanas para darnos una lengua, roturar las tierras y preparar pastos para los rebaños, árabes, cifra, huerta, jardín, olivo, administradores del agua, constructores de acequias, calatravos, conquistadores, fronterizos, levantar castillos, iglesia, muralla, molinos, diezmos y primicias, la fé y la oración, concejiles, la casa del concejo, la fábrica de papel, la feria, judios, barrio y expulsión, entre todos casas, plazas, calles torcidas y pendientes, villa, más tarde, ermitas, capellanías, peirones, desamortizaciones, carlistas contra liberales, guerras siempre guerras, dolor, masones de la humanidad para traer el agua a la plaza y marcar la hora del sol, espiritistas, sanadores a su saber del cuerpo y del espíritu, republicanos bordando banderas de libertad, libertarios, el exilio, el miedo pegado a las entrañas, la emigración, la democracia para trabajar el futuro en la sierra. Gentes venidas de la tierra. Pequeños entre los pequeños, grandes entre los grandes. El don
de la hospitalidad, el don del ser. Voces calladas que hacen oír el silencio. El respeto y la lealtad del pueblo. Surcos, caminos, postes, manos. Llegar, quedar, marchar. Territorio marcado. El caos convertido en cosmos. Gestos. Olores, materias sin medida, hierro, carnes, arcillas, maderas, frutas, líquidos, dar cuerpo a lo informe. Azada echando el agua en el caballón, la tierra, el agua y los pies desnudos, el nacimiento del mundo. Olivas, sol y escarcha, aceite, huevos fritos en el almuerzo. Camisa blanca entrelazada con la blusa de domingo, paseo por la carretera, encuentros, atardece por Val de Mancho. Partida de guiñote en el café, la querencia de ganar por pundonor, chanzas. Mantón a la ribera del río en la romería de mayo, la ensalada aliñada. Los rastrojos crujen, soledad inmensa. Sed, fuentes en el monte. Plaza Mayor, propios y extraños, trabajo, mercado y fiesta, los que se quedaron y los que vuelven, lo que está bien y lo que está mal, la moral colectiva, un niño tira una pelota contra la pared de la iglesia. Bombilla mortecina en el pasillo, horas de respeto entre susurros, el cadáver de nuestro vecino espera el entierro de la mañana. Tranquilidad, una tarde de lluvia. La
comunicación de lo inmediato, la utilidad del entorno. Mujeres creadoras del espacio, hombres plantadores de casas. Yacentes, erectos. Lógica de la sensación. Fuerza en los actos vitales.
El, tu, yo. La mujer más bella del mundo, la ternura de los momentos sentidos, una pulsión íntima, crecer juntos, hijo, vida a borbotones, el juego sereno, una palabra para aprender, padres, la sabiduría del tiempo, las raíces de la casa, hermanos, la sangre que corre por las venas, amigos, la compañía de los momentos felices, de los momentos tristes, vecinos, estar con buenas gentes, construir un pueblo, los otros, reconocerse en los ojos, los sones, los signos, los besos. Ser hacia lo
que se es. Hacer de la vida una pequeña obra de arte, como unas flores del campo sobre la mesa, secas con los días. La belleza frágil de las miradas yertas. El placer de encontrar la bondad. Siempre. Todos.Mât, magma, cíclope, piedra, hierro, cúpula perpetua, germen fecundo. Exágono, arco, círculo, axioma perfecto. La casa del hombre de hierro, soplo hondo captor de las estrellas insomnes de pasión. La imaginación creativa de un pueblo. Humus humano, esfuerzo, ascesis, abandono, mística, gozo, estética, costumbre, ética, elegir o el equilibrio. Ver sin conocer, mostrarse mirando. Medir el tiempo de las cosas, lucha permanente para ordenar los acontecimientos, tiempo innombrable, tiempo. Inmortales todos, tranquilos de espíritu, plenos de muerte. La mañana pura de aguas que refrescan la cara. Máscara. Persona. Luz. La voluntad de ser libres.
«Anochecer» — Miguel Gracia
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Hierro Galvanizado, Latón y Hierro. 50×30 cm.
«Paisajes mentales» — Santos Villacian
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Taracea. 20×30 cm.
«Mujer, Ella y El» — Ely Martínez
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Tinta china sobre papel. 50×60 cm.
«La calle de la Morera» — Joaquín Pérez
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Oleo sobre tela. 42×25 cm
«Cúltura Mudejar y sensibilidad actual» — Gonzalo M. Borras

La recuperación crítica de los diferentes periodos más significativos de la historia de la humanidad, así como de las creaciones artísticas más logradas del pasado, ha ido siempre en sintonía con las preocupaciones espirituales de la edad contemporánea, de modo que determinadas valoraciones del pasado cultural
constituyen antes que nada un retrato de la época actual que las ha formulado. Es en este sentido que detectamos una afinidad espiritual entre la sensibilidad de hoy y la cultural mudéjar.

Desde hace dos décadas apreciamos en la cultura española un progresivo interés por nuestro pasado mudéjar y por la profundización en su significado, una atención creciente a la realidad histórica mudéjar y a su legado artístico, sobre el que tan sólo los arqueólogos se habían ocupado desde mediados del siglo XIX. El punto de partida de este cambio de actitud se sitúa en el año 1975, con la celebración en la ciudad de Teruel del 1 Simposio Internacional de Mudejarismo, impulsado por el llorado profesor Santiago Sebastián; desde entonces se vienen editando con regularidad estas
reuniones científicas de periodicidad trienal, que han propiciado mediante la publicación de sus actas un conocimiento más profundo de la historia de los mudéjares, de los moriscos y del arte mudéjar. Esta semilla turolense de los Simposios Internacional de Mudejarismo ha ido dando paulatinamente frutos esplendorosos y desde todos los focos regionales
hispánicos se han acometido recientemente estudios particulares sobre la historia y el arte mudéjares, en muchos casos con la profundidad habitual de las tesis doctorales universitarias. Todo ello ha conducido a romper el estrecho marco académico de este interés para generar un reconocimiento cultural más amplio y popular, del que constituyen buena muestra hechos como la declaración por la UNESCO del arte mudéjar de Teruel como patrimonio de la humanidad, la creación de un Centro de Estudios Mudéjares adscrito al Instituto de Estudios Turolenses, el apoyo de la UNESCO a un
programa internacional de investigación sobre arte mudéjar en la Península Ibérica, archipiélagos de Madeira y Canarias con motivo de los acontecimientos culturales de 1992 y de 1995 se está dedicando al mudéjar iberoamericano con la celebración de congresos y exposiciones.
El fundamento de esta creciente sensibilidad actual hacia la cultura mudéjar radica obviamente en el significado de la misma, en la afinidad de los valores éticos y estéticos de este fenómeno histórico con las inquietudes del hombre de hoy, un significado y unas afinidades espirituales que quiero exponer sin lastre erudito ni arqueologizante.
El mudéjar es un acontecimiento exclusivo de la cultura hispánica, un hecho particular y privativo de la historia medieval de nuestro país, que no tiene correlato ni parangón alguno -ni siquiera en Italia del Sur- en la historia europea, y es consecuencia directa de la presencia histórica del Islam sobre el territorio español. A partir del año 1085, en que la ciudad de Toledo pasa a
dominio cristiano, y a medida que los reinos cristianos del norte peninsular van recuperando el territorio dominado por el Islam, proceso que no culmina hasta 1492 con la conquista de Granada por los Reyes Católicos, se produce durante siglos una situación singular. Los moros, vencidos políticamente, son autorizados a quedarse en territorio cristiano
manteniendo su fé islámica y un estatuto jurídico que garantizaba culturalmente su modo de vida. Razones de
pragmatismo político evitaron su expulsión, iniciándose sobre el solar español un largo periodo de convivencia de cristianos, moros y judíos.
Desde los siglos XII al XV la cultura española se define por esta convivencia de las tres religiones monoteistas, lo que tiene unas consecuencias decisivas en los ámbitos del pensamiento y de la creación científica, literaria y artística. Es precisamente la creación artística, que denominamos mudéjar desde que propusiera este término en 1859 José Amador de los Ríos, la que ahora interesa a la sensibilidad de nuestro tiempo y que puede definirse como la pervivencia del arte islámico en la España cristiana, repitiéndose en este caso, como en tantas ocasiones en la historia, el hecho de que los
vencedores fueran conquistados por el arte de los vencidos.
Así el nacimiento y desarrollo del arte mudéjar fue posible tanto por pragmatismo político como por fascinación artística. Tras la conquista de los territorios dominados por el Islam, los cristianos debían atender con urgencia prioritaria a los numerosos problemas de organización del territorio, de modo que las actividades constructivas quedaban aplazadas para el futuro. En esta situación la mezquita mayor de cada ciudad conquistada pasaba a convertirse en catedral mediante una ceremonia de purificación y consagración mientras que en los alcázares islámicos se alojaban los nuevos
reyes cristianos. El panorama monumental de las ciudades españolas estuvo dominado durante varios siglos por la arquitectura islámica y aún algunos monumentos de señera belleza han pervivido hasta nuestros días, como el palacio de la Aljafería en Zaragoza, la mezquita del Cristo de la Luz en Toledo, la mezquita-catedral en Córdoba, la Giralda y los Reales Alcazares en Sevilla o la Alhambra y el Generalife en Granada, joyas del arte islámico en España.
En este contexto de aceptación pragmática y de fascinación artística por el arte islámico no estrañará a nadie que cuando la España cristiana se halla ya en condiciones de abordar nuevas empresas constructivas tras la conquista, recurra de nuevo al arte de los vencidos, bien realizado por los propios moros, bien aprendidas sus técnicas de trabajo por los maestros cristianos. Es justamente a estas realizaciones emprendidas bajo dominio político cristiano pero siguiendo la tradición constructiva islámica a las que conocemos como arte mudéjar.
El éxito y la difusión tan espectaculares que tuvo en España y Portugal el arte mudéjar, sobre todo en algunas manifestaciones artísticas como la arquitectura, el urbanismo o la cerámica decorada, fueron en gran parte debidos a su carácter de sistema de trabajo competitivo frente al sistema de trabajo de cantería, este último característico de los estilos artísticos europeos, como el románico y el gótico. Toda la geografía española se fué salpicando de incontables monumentos mudéjares, prodominando los encargos cristianos -iglesias, palacios y castillos-, pero sin excluir sinagogas judías de gran empeño artístico, como las de Toledo y Córdoba y algunas mezquitas mudéjares. Si en unos casos se trata de monumentos modestos, en otros por el contrario nos encontramos ante grandiosos templos parroquiales, e
incluso catedrales, como las aragonesas -la Seo de Zaragoza, Teruel y Tazazona-, y por supuesto, ante asombrosos palacios y suntuosos conjuntos conventuales, como los de Toledo y Sevilla. Los focos regionales de León y Castilla la Vieja, de Castilla la Nueva y de Extremadura, de Aragón, de Andalucía entera, dan buen testimonio todavía hoy, y a pesar de lo mucho desaparecido, de esta omnipresencia mudéjar, que fuera definida por Menández Palayo como el único estilo
artístico del que podemos en verdad envanecernos los españoles.
Si se analiza el modo de comportamiento de la creación artística mudéjar se descubren en sus notas peculiares las claves de un éxito, que no radica tanto en los elementos formales que lo configuran, cuanto en un sistema de trabajo artístico que resolvía los problemas constructivos. De un lado cuenta con la utilización de materiales de fácil obtención y de gran plasticidad, como son el ladrillo, el yeso, la madera y la cerámica; de otro lado, existe la disponibilidad de una mano de obra mudéjar, sobre cuyas condiciones de abundancia y bajo coste se ha exagerado sin duda, ya que de las relaciones de cuentas conocidas no se advierte ninguna discriminación salarial por razones étnicas o religiosas y más bien las diferencias salariales responden siempre a la diversa capacitación profesional de los maestros, oficiales y mozos. Pero, sobre todo, se trata de un sistema de trabajo sumamente eficiente, ya que las obras mudéjares se programan para ajustarse a campañas de corta duración, con frecuencia anuales trabajando en invierno en la cimentación y de primavera a otoño en levantar la obra; rapidez y eficacia que sorprenden frente a las dilatadas e inacabables obras de cantería. Y además el sistema mudéjar se especializa en determinadas soluciones arquitectónicas, como es el caso de las techumbres y armaduras de madera para cubrir espacios tanto religiosos como civiles, que dieron lugar a una especializada «carpintería de lo blanco», techos que todavía en tiempos de fray Luis de León eran sumamente estimados y reconocidos como obra mudéjar. No concluyen aquí las notas específicas de este
competitivo sistema de trabajo, ya que otro rasgo esencial del mudéjar es su extraordinaria capacidad de asimilación e integración en su sistema formal de elementos exógenos, una extraordinaria versatilidad que le permite asumir nuevos aportes formales aunque provengan de otras culturas como la cristiana o la judía. Este modo de comportamiento mudéjar es la raíz islámica, ya que el arte del Islam siempre asimiló las tradiciones artísticas de los paises dominados; por esta
razón la versatilidad mudéjar no ha de ser interpretada como una muestra de arte «vasallo», sojuzgado y doblegado por la cultura cristiana, sino como la cualidad de un sistema artístico que no es rígido y cerrado, sino que atesora una sorprendente capacidad de acomodación. Por ello el arte mudéjar, junto a un indudable sello de unidad artística, muestra una rica diversidad regional, tanto en el uso de materiales y técnicas de trabajo como en las propias formas artísticas,
acordes en cada caso con los condicionamientos geográficos e históricos. Esta compleja variedad ha dificultado en ocasiones la comprensión de este fenómeno artístico.
No podemos olvidar el papel que en ella juega la decoración, con su tendencia a revestir todas las superficies, en cualquier material y escala. Asimismo es un rasgo capital, de raigambre islámica, que ha sido muy mal comprendido desde la mentalidad occidental, que acostumbra a valorar lo decorativo como algo secundario y superficial, mientras que en el arte mudéjar la decoración es sustantiva y principal, es la nota esencial de esta manifestación artística.
Espero que esta apreciación sobre el significado profundo de la cultura y del arte mudéjares contribuya a una atinada lectura de la «cita» artística mudéjar que el taller de carpintería de Molinos ha realizado en la tapa de la caja que contiene el presente escrito. En el momento actual no podemos aproximarnos al arte mudéjar con la vieja actitud del romanticismo historicista decimonónico, es decir, con ánimo de «revivir» unas formas artísticas por sí mismas, en una recreación o «revival» ya inerte y trasnochada.
Hoy día una «cita» artística, es decir la inclusión de un elemento formal del pasado en una obra actual, encierra ante todo una alusión a su significado cultural. Por ello entiendo que aquí no se vuelve la mirada hacia el arte mudéjar para proponer una reviviscencia formal e historicista, sino para llamar la atención sobre su contenido profundo y ofrecerlo a la sensibilidad actual, tan afín en muchos de sus rasgos. De esta manera el tema de la estrella de ocho puntas no es ya una mera forma, ni nunca lo fué; si en el contexto histórico de la tradición islámica significaba la idea de la divinidad en su
unidad y multiplicidad, ahora es una referencia a los valores culturales del mudéjar.
Esta estrella de ocho puntas, taraceada en maderas nobles, quiere expresar ante todo pragmatismo, posibilismo, idea de tolerancia y convivencia, sistema competitivo y eficaz, conjunto abierto e integrador, en suma, versatilidad. Constituye una referencia a un conjunto de valores que las tierras aragonesas, y ahora, en particular las tierras turolenses del Maestrazgo
quieren recuperar y nos proponen como reflexión cultural mediante esta «cita» artística. Se trata de una tapa decorada con estrellas de ocho puntas, que no es una mera envoltura o revestimiento superficial, no es un mero vestido ornamental sino un concepto esencial de nuestra tradición cultural.
Gentes y cosas en la Fundación Mât


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